Contra la muerte atómica

Explosión nuclear.
De la prensa soviética

Cada día crece el número de norteamericanos que pierden confianza en los responsables de la agresiva política exterior de Washington. Las encuestas muestran que ya más del 70% de los ciudadanos no solo están por el cese de la carrera de armamentos, en primer término nucleares, sino que con insistencia demandan al Gobierno que tome medidas concretas para lograr este objetivo.

Últimamente, algunos destacados representantes de la élite gobernante de los EE.UU. también han criticado la política de la Casa Blanca. A propósito, cabe señalar que ellos comenzaron su actividad como convencidos adeptos de una rígida confrontación con la URSS. El que este gente —entre la cual podemos mencionar a Robert McNamara, ex secretario de Defensa de los EE.UU.; George Kennan, ex embajador de los EE.UU. en la URSS; McGeorge Bundy, ex asesor del presidente Kennedy; Gerard Smith, ex director de la Agencia para el Control del Armamento y del Desarme, Walter Mondale, ex vicepresidente— se pronuncia contra la concepción básica de la doctrina estratégica actual de los EE.UU., la de ser los primeros en infligir el golpe nuclear, es un síntoma significativo.

En la primavera pasada, el Washington Post publicó el artículo de Roger Molander, hasta hace poco experto de la Casa Blanca para los problemas de armamento nuclear y la elaboración de la estrategia nuclear, ¿Por qué he comenzado a odiar la bomba?, en el cual se aducen varios hechos que lo obligaron a cambiar de posición. He aquí uno de ellos. «En una reunión celebrada en el Pentágono —escribe Molander— un responsable de la Marina de Guerra declaró que los EE.UU. y Europa se preocupan demasiado en lo que se refiere a las consecuencias de la guerra nuclear. La gente piensa, dijo, que la guerra significa el fin del mundo, pero, en realidad, perecerán tan solo 500 millones de personas.

«¡Tan solo 500 millones de personas! Recuerdo que con horror repetí esta frase varias veces.

«Después, el informante dijo que dentro de una generación gracias a la ingeniería de genes, en la gente aparecerá la inmunidad a la radiación. En este momento ya no pude soportar más y abandoné la reunión»[1].

George Kistiakowsky, famoso científico estadounidense que participó en la creación de la bomba atómica, en la entrevista concedida al corresponsal de la Literatúrnaya Gaceta (Moscú), declaró sin ambages que en la guerra nuclear no habrá vencedores. Este profesor honorario de la Universidad de Harvard, amigo íntimo del presidente Eisenhower y su asesor científico, tiene la siguiente opinión sobre la situación actual: «Washington propone presupuestos bélicos fantásticos y decide fabricar armas cada vez más perfectas, sin pensar en que la guerra nuclear amenaza a la existencia de toda la civilización humana. Afirmar que es posible sobrevivir en un conflicto nuclear e incluso vencer, según mi parecer, es, al mismo tiempo, una locura y una consciente desinformación de la gente. La guerra nuclear no perdonará a nadie: ni a los centros del mando militar, ni a los cohetes, ni a las ciudades. Será una catástrofe total para todo lo vivo de nuestro planeta».

A medida que se aproximaba la apertura de la segunda sesión especial de la Asamblea General de la ONU para el Desarme (junio de 1982), el movimiento antibélico en el mundo cobraba nuevo vigor. A fines de marzo pasado, en Ginebra se celebró la conferencia internacional «La opinión mundial y la segunda sesión especial de la Asamblea General de la ONU para el Desarme», en la que tomaron parte 430 delegados de 87 organizaciones internacionales y 127 nacionales de 47 países. La Conferencia se pronunció por que la gente destruyera las armas por ella creadas.

«Los augurios son siniestros, La catástrofe del incendio nuclear capaz de acabar con la humanidad y con la vida misma, nos amenaza como nunca antes…», con esa advertencia se dirigieron a los creyentes los participantes de la conferencia. «Las personalidades religiosas del mundo contra la catástrofe nuclear». Quinientos noventa budistas, hinduistas, judíos, zoroástricos, musulmanes, sintoístas y cristianos llegaron a Moscú de 90 países representando a cientos de millones de creyentes.

El mensaje de Leonid Brézhnev a la segunda sesión especial de la Asamblea General de la ONU coincide con los deseos de todas estas personas. «Guiándose por el anhelo de hacer todo lo que dependa de él para apartar a los pueblos de la amenaza de la devastación nuclear y, en resumidas cuentas, para eliminar de la vida de la humanidad la posibilidad de que ocurra —decía el mensaje— el Estado Soviético proclama solemnemente:

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas contrae el compromiso de no ser la primera en emplear el arma nuclear.

«Este compromiso entra inmediatamente en vigor, en el mismo momento en que sea dado a conocer desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU.

«…Al tomar esta decisión, la Unión Soviética parte del hecho incuestionable y determinante de la situación internacional actual de que si la guerra nuclear empezara, podría significar la destrucción de la civilización humana y, tal vez, la desaparición de la vida misma en la Tierra».

Además, el mensaje señala que no hay ningún tipo de arma, comprendida la química, que la Unión Soviética no esté dispuesta a limitar o prohibir sobre una base de reciprocidad.

Los partidarios de la paz aprobaron con satisfacción la nueva iniciativa soviética y esperaban con impaciencia pasos análogos por parte de las otras potencias nucleares y, ante todo de los EE.UU., pues el que también ellas asumieran obligaciones tan claras y precisas, equivaldría a una prohibición total de las armas nucleares.

Pero Occidente, lamentablemente, no dio ningún paso constructivo en respuesta. El mundo debe reflexionar en ello.

REVISTA SPUTNIK - NO.9 (SEPTIEMBRE DE 1982).



1. Esta cita y las siguientes han sido traducidas de la versión rusa (N. de la Red.).

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